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De la Puna a los Valles

De la Puna a los Valles

Increíble recorrido a través de oasis y vegas en el desierto de altura.

Cada vez que dejamos Tolar Grande, sentimos que atravesamos un umbral, hasta aquí si bien la soledad reina y los paisajes son majestuosos y extraterrenales, aún se conservan vestigios familiares a nuestra cotidianeidad: un camino de ripio, pero bien trazado, algunos carteles viales, ocasionales vías férreas y vagones oxidados y de tanto en tanto algún tren carguero que ocasionalmente circula; un hotel básico pero muy confortable, una especie de restaurante, internet, algunas camionetas con mineros, hasta algún turista con su cámara fotográfica…

Pero más allá de las orillas fangosas del gigantesco salar, los siguientes 250 Km. transitando estos senderos sinuosos que llegan a superar los cuatro mil metros de altura, nos adentramos en lo más inhóspito, sombrío y taciturno del altiplano, sin agua y casi sin vegetación ni signos de vida. Únicamente el efecto de colores y formas caprichosas trabajados por la naturaleza a través de milenios. Los paisajes siguen pareciendo sacados de otro planeta, pero uno ya no espera el asombro atrás de cada colina, sino la expectativa de la incertidumbre. El camino ya no figura en Google, ahora es una exigente y delgada huella que va contorneando los cerros.

En toda esta extensión de decenas de kilómetros a la redonda, virtualmente deshabitada, apenas cruzamos un puñado de oasis o pequeñas vegas (minúsculos oasis generalmente ubicados en el fondo de algún valle) con un mínimo vestigio de humanidad. En estos lugares la escasa agua permite la vida. Algunas veces rodeado por unos pocos árboles, una casa y un par de corrales suele vivir una sola persona, a veces un matrimonio, que mantienen una pequeña huerta con algunas habas, plantas de maíz y unos pequeños corrales de alfalfa para complementar el alimento de unas pocas vicuñas. El viaje entre un oasis y otro demanda decenas de kilómetros, el camino es siempre de piedra, o ripio o el suelo mismo de algún salar, en los que generalmente uno se emociona cuándo se cruza con ningún ser humano. 

Solemos parar en alguno de esos pequeños manchones verdes a visitar a los solitarios pastores, aislados del mundo, acompañados por su perro y un rebaño de cabras o vicuñas. Acostumbrados a estar completamente solos, no ocultan la excitación ante cada nuevo visitante.

Viajar por estos caminos está lejos de ser monótono, las vistas cambian constantemente, casi no hay nadie más alrededor y sin teléfono móvil ni acceso a Internet, sientes una estimulante sensación de aislamiento del mundo exterior.

Al llegar a lo más alto de una colina, uno queda absorto por la variedad de colores de los cerros y la vista inconmensurable, casi irreal del inhóspito salar de Antofalla flanqueado en ambas orillas por unos cerros ocres.  Hacia arriba vislumbramos el gigante volcán de Antofalla (6.400 mts). Hacia abajo, allí en el fondo del valle, junto la angosta y alargada alfombra salina, se ve el caserío encajado en un rinconcito verde. La suave ladera del cerro sobre el que se asienta lleva grabado con orgullo su nombre con piedras blancas, delicadamente acomodadas: “Bienvenidos a Antofalla”. Poco a poco se van asomando algunas casitas de adobe y corrales de piedra, y ya en el pueblo, unos pocos árboles abrazan el puñado de casas y la pequeña, la hermosa capilla y la escuela para 10 alumnos de esta pequeña comunidad originaria donde viven apenas 45 personas y que todavía conserva toda su cultura milenaria. 

Los escasos habitantes, se muestran animados e inmediatamente brota la hospitalidad, es común que las familias inviten a comer e incluso a dormir a los recién llegados. La experiencia es inolvidable.

Dejando atrás este pequeño oasis en medio del desierto, la huella discurre entre alturas que varían entre los 3,500 y 4,500 metros sobre el nivel del mar a través de suaves curvas y faldeos cercanos a las cimas redondeadas. Todo el lugar está repleto de imponentes paisajes, diversas cumbres nevadas se asoman cada tanto, lagunas, salares, volcanes y cerros coloreados juegan distintos contrastes con el fondo del desierto. 

A medida que avanzamos no podemos dejar de detenernos cada tanto para fotografiar las extrañas geo formas y contrastantes colores que surgen de la entrañas de los cerros.

Más adelante, anclada en un valle rodeado por volcanes, otro oasis, este más importante, aloja uno de los poblados más importantes del Altiplano, Antofagasta de la Sierra con 700 habitantes,  variada oferta hotelera y un entorno prodigioso de volcanes, campos de lava volcánica, lagunas de altura de colores azulados, verdes, coloradas, imponentes amaneceres y atardeceres, cumbres nevadas y coloridas colinas.

Toda esta región sufrió hace poco más de 2 millones de años, uno de los más gigantescos cataclismos de que se tenga conocimiento. El volcán Galán expulsó casi 700 km3 de lava, siendo uno de los grandes fenómenos de la geología mundial que atrae a estudiosos de todo el mundo, pero a la vez las paredes de su gigantesco cráter de 40 km. protegen lagunas donde se repiten las condiciones que reinaron en la tierra hace 3.500 millones de años y además dan refugio a millares de flamencos y gran cantidad de vida silvestre.

Como clara evidencia de la intensa actividad volcánica que afectó toda la región, a pocos kilómetros de El Peñon, el último de los oasis del altiplano, revela un paisaje tan surrealista y deslumbrante que quita el aliento: el campo de piedra pómez, un gigantesco depósito de 25 km de bloques de piedra blancos, formado por capas de cenizas volcánicas compactas, fracturadas en formas particulares y talladas por el viento a lo largo de milenios. El paisaje parece lunar.

A partir de aquí el camino empieza a descender lentamente a través de cuestas y quebradas hacia los valles calchaquíes por un camino sinuoso y árido rodeado de cerros y dunas gigantes por donde cada tanto corretean manadas de vicuñas.

En el camino se suceden cada vez con mayor frecuencia, pequeños oasis formados por puñados de casitas de adobe cercadas de álamos y pequeños corrales de piedras. Progresivamente estos oasis se van haciendo más grandes y más poblados. La vegetación pasará de algunos pastos ralos a nutridos viñedos y pequeñas plantaciones bajo riego, la fertilidad aflora por doquier. Toda la zona alberga numerosos pucarás y sitios históricos testimonio de los pueblos originarios en un entorno natural y humano directamente vinculado con los vestigios de las comunidades que supieron habitarle en tiempos pre coloniales. 

Nuestro desafío es ayudar a nuestros clientes a vivir experiencias inolvidables. Puedes tener la certeza que te ayudaremos a experimentar profundamente la tierras altas del altiplano y las bajas de los valles y mostrarte lo que es realmente asombroso e inolvidable en toda la región. Este viaje por el Altiplano y los Valles Calchaquíes es una de las travesías más interesantes del inabarcable Mundo Andino, explorar estas tierras fuera de los caminos trillados es la mejor manera de capturar su verdadera naturaleza. Aquí, además de una geografía con panoramas infinitos que irradian la extraña belleza de los lugares solitarios, con vistas prodigiosas, deslumbrantes y de abrumadores contrastes, altísimas planicies vacías que resaltan los colores puros y completamente diferentes de todo lo que se puede llegar a ver en cualquier otro lugar, sobrevive la raíz indígena, expresada en los inequívocos rostros de su población y sus palpables tradiciones y costumbres. Esa impronta se refleja también en la vestimenta, la comida, la música y hasta en la religión, donde el Dios de los cristianos convive con la ancestral Pachamama. 

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