El desierto de sal más grande del mundo.

Cuando se atraviesa el altiplano en el rincón suroeste de Bolivia tanto desde Argentina, como desde Chile, hacia el salar de Uyuni, la continuidad del paisaje es evidente. 

Continua el despliegue de un inmenso mundo de contrastes, el remoto desierto, deslumbrantemente brillante y a gran altitud, a la vez sombrío y hermoso. Con volcanes activos, aguas termales, lagunas de colores pobladas por flamencos y montañas nevadas en la distancia.

Pero de pronto, este paisaje surrealista, se ve envuelto por la cegadora blancura del Salar de Uyuni. 

Imagínate, un territorio más grande que la isla de Chipre de deslumbrante nada blanca. Parece una infinita llanura nevada, pero es sal.

Recuerdo mi experiencia en el Gran Salar. En ese momento  estaba cubierto de agua (las lluvias caen generalmente en el verano austral), el desierto se había convertido en un espejo infinito, las llanuras de sal y el cielo estaban fusionados, y a medida que avanzábamos tuve la sensación de estar flotando, parecía un ensueño de otro mundo. Imagínate la sensación de estar caminando sobre las nubles en medio de la nada sobre un espejo interminable. Pocas veces he presenciado una belleza semejante,  tan espectacular que nunca lo olvidaré en mi vida. 

A lo largo de este paisaje blanco reluciente, sobre un suelo pálido e interminable, impera lo inhóspito. Entre tanta inmensidad, la soledad es absoluta y el silencio, total.

Al sur del gran Salar, a medida que el Altiplano se acerca a la cordillera, el terreno se vuelve más alto y salvaje: un duro paisaje desolado salpicado de montañas cubiertas de nieve de color marrón rosado, volcanes activos y algunas lagunas serenas y aisladas, además de sus colores, provocados por altas concentraciones de minerales o microorganismos. Las aguas perfectamente tranquilas reflejan los paisajes esplendidos del entorno. En algunos de ellos, no dejan de asombrar centenares de flamencos que se las arreglan para prosperar a lo largo de sus costas cubiertas de hielo. 

Imagínate la experiencia de pernoctar a más de 4.500 metros de altitud en un refugio de alta montaña muy confortable y única en el mundo. 

En este lugar remoto y enrarecido, las temperaturas caen dramáticamente apenas el sol se oculta tras el horizonte, pero si bien las noches suelen ser cruelmente frías y la altura hace dificultoso respirar, nunca olvidarás ese cielo nocturno tan fascinantemente estrellado. La Vía Láctea es aquí tan reluciente como en el espacio exterior y las descargas de estrellas fugaces se ven asombrosas. Y si caminaras sobre salar cubierto de agua, sentirías que estás haciendo una caminata interestelar. 

Para completar el atractivo surrealista del desierto, un cementerio de trenes parece sacado de una novela de Stephen King, presenta largas filas donde los cascos oxidados de las máquinas de vapor y los vagones de ferrocarril, yacen semi enterrados en la arena mientras se descomponen lentamente.  

Normalmente accedemos a esta maravilla natural del Mundo Andino desde San Pedro de Atacama, en el norte de Chile, o desde Salta a través de la Quebrada de Humahuaca en el Norte de Argentina.