El valle corre a lo largo del rio Calchaqui, entre viñedos, cerros, historia, devoción popular y empanadas con vino torrontes.
La interacción cultural ininterrumpida desde la Prehistoria en adelante ha producido un entorno patrimonial con características únicas.
El Valle Calchaquí en toda su extensión, se encuentra sembrado de pueblos antiguos y sitios precolombinos y coloniales, en gran medida intactos, como Payogasta, Cachi, Seclantas, Molinos, Angastaco, San Carlos o la misma Cafayate; estos constituyen una cadena que muestra en sus casas de adobe, sus capillas, restos arqueológicos, y hasta algunas bodegas (como La Paya, una aldea de 100 habitantes donde se producen apenas 3000 botellas al año de un exquisito malbec de altura), una gran parte de la historia precolombina, la conquista española y la Argentina actual.
Siempre que llegamos aquí, nuestra primera percepción, que percibimos de inmediato, es que el tiempo parece no transcurrir y la fisonomía del lugar se parece bastante a cómo era en el SXVII.
Es común en estos pueblitos encontrar pequeños y confortables hotelitos, a veces fincas que ofrecen alojamiento en solo un par de exquisitas suites, a veces establecimientos lujosos, o viejas casonas coloniales, muchas veces atendidos por sus dueños, algunos de ellos extranjeros que se enamoraron del lugar y decidieron afincarse en esta tierra de ensueño. Es realmente agradable alojarse en una antigua casona del S XVIII, desayunar entre viñedos o cenar con un vino de la propia finca.
En esta particular geografía, veras uno tras otro los alfareros o tejedores en plena tarea al frente de rudimentarias máquinas artesanales de madera, bajo los algarrobos en los patios de sus casas. Nos reciben mientras la vida familiar continua desarrollándose a su lado.
En medio de este entorno, un paraje acaso inverosímil. Luego de un trayecto espectacular de unos 20 km por un camino de ripio entre formaciones rojas y miles de cardones, súbitamente aparece un oasis con viñedos centenarios y añejas arboledas, donde, además de un magnifico restaurante y la degustación de vinos de rigor, sorprende un museo ultra moderno juega con la luz. Seria imaginable en Berlin o New York, pero el camino de ripio, el polvo y lo aislado del lugar le dan una característica entre exótica y extraña, al menos inesperada.
Como todo es espontaneo, a medida que avanzábamos por el valle del río Calchaquí, cruzaremos casas de adobe abandonadas, quizá (como quizá no), podrás ver desde un jinete arriando su vaca lechera, un pastor con ovejas, hasta escuchar música folclórica local o cruzarte con peregrinos que homenajean su virgen local con quenas e instrumentos antiguos.
Los habitantes del lugar, siguen viviendo de la misma manera como lo hacían sus antepasados, son en general pequeños agricultores, viven dentro de un sistema de organización basado en la tierra donde las costumbres tradicionales juegan un papel predominante. Desde el camino verás pequeñas plantaciones de porotos, ajíes, cebollas, frutales y algunos viñedos. Y seguirás pasando por algunos caseríos singulares que ni nombre tienen, todos son breves: unas calles para un lado, otras pocas para el otro y se termina, pero en todos hay algo lindo para ver.
De pronto el paisaje se transforma, formaciones rocosas asombrosas y mágicas, puntiagudas e inclinadas, muy distintas a todo, emergen a ambos lados del camino que corre a través de un estrecho desfiladero ente los acantilados de arenisca gigantes, irregulares y surrealistas. Daría la sensación que estámos circulando en la Luna, pero estámos atravesando la “Quebrada de las Flechas”, una de las formaciones más espectaculares a lo largo de esta ruta de ensueño.
Finalmente llegaremos al pueblo de Cafayate, enclavado en las estribaciones de las montañas andinas, con sus 1.600 mts sobre el nivel del mar, está ubicado a la altitud perfecta para producir un vino torrontés de altura de excelencia.
Te proponemos una expedición en este destino oculto e imperdible, lejos de los enclaves turísticos masivos. En esta es una geografía de ensueño, las experiencias son infinitas y mágicas, la gente amable y amigable y en los caminos perdidos siempre descubes algo maravilloso. Como locales sabemos cómo llegar, dónde quedarnos y qué mostrarte. Puedes esperar una experiencia exclusiva y responsable, a tu medida preservando el medio ambiente y vinculándote con las comunidades y sus culturas locales.
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